
Sé que, afortunadament, a la vida no n'hi ha veritats absolutes: les coses no són o blanc o negre; hi domina el gris en una infinitud de matissos. Tot és complicat, res és senzill, cadascú té les seves raons i totes són legítimes... però, hi ha temes que per molt que intento comprendre'ls, que m'hi esforço, no me'n surto.
Em costa entendre com un jutge que l'únic que pretenia era que una sèrie de gent sapigués on estaven enterrats els seus familiars assassinats a la Guerra Civil —ni tan sols qui ho havia fet—, ara, és trobi acusat de prevaricació (??) pels hereus dels botxins. Perplexitat és l'unica parula que se m'ocurreix per definir-ho. Serà legal, tot el que vulguin, però per moltes argúcies que hi facin servir: a-i-x-ò n-o e-s-t-à b-é. És un fàstic i una vergonya que els que no creuen en la democràcia s'aprofitin dels mitjans que aquesta facilita. Això no és justícia.
Malgrat tot, de tant en tant algú que m'ajuda a entendre perquè passa el que ens passa. I en aquest cas és el Javier Cercas. M'atreveixo a dir, que amb el Sergi Pàmies, un dels pocs intel·lectuals d'esquerres, sense "monyeries" —com diria el Pàmies—, que tenim i que, com el propi Javier manifesta al següent article entre d'altres coses, tant se'n troba a faltar.
Nuevos reaccionarios
En realidad no son tan nuevos. En realidad empezaron a
aparecer hacia los años ochenta, cuando empezó la resaca de las
revoluciones izquierdistas de los sesenta y empezó a producirse una
deserción en masa desde las filas de la izquierda a las de la derecha
igual que en los años sesenta se había producido una deserción en masa
desde las filas de la derecha a las de la izquierda. Me refiero a los
intelectuales, claro está, o a eso que antes se llamaba intelectuales y
que ya nadie sabe cómo llamar. El resultado de ese trasvase
multitudinario es que ahora mismo, en España, la expresión “intelectual
de derechas”, que en los años sesenta era prácticamente un oxímoron, se
ha convertido prácticamente en un pleonasmo, aunque por supuesto la
mayoría de los intelectuales de derechas se llaman a sí mismos liberales
o progresistas. En cuanto a los intelectuales de izquierdas, ¿dónde
están? ¿Quiénes son? A juzgar por la repercusión de sus declaraciones en
los medios, no hay duda: Javier Bardem, el Gran Wyoming y últimamente
Willy Toledo, que ha dicho la canallada de turno sobre el régimen
canalla de Cuba. No sé si hace falta decir que siento el mayor respeto
por los tres, pero la verdad es que no acabo de ver a ninguno de los
tres convertido en proveedor de ideas de la izquierda española.
Quizá exagero. Quizá el panorama no sea tan negro y los nuevos
reaccionarios no sean tantos, aunque la verdad es que hacen un ruido
tremendo. ¿Dónde están? ¿Quiénes son? Los nuevos reaccionarios no son
jóvenes –tienen entre 50 y 70 años, digamos– y son esencialmente
radicales: de jóvenes se pincharon radicalismo en vena y de mayores
siguen enganchados a él; de jóvenes fueron maoístas, estalinistas,
anarquistas, ultracatalanistas o ultravasquistas o simplemente
terroristas, y de mayores son lo mismo, sólo que al revés:
ultraderechistas o ultraespañolistas. Ellos son así: siempre ultras, o
siempre istas. Ahora, en teoría, están contra el fanatismo y el
totalitarismo –sobre todo, claro está, contra el totalitarismo de
izquierda que hace 40 años aplaudían y ya casi no existe-, pero tienen
un temperamento fanático y una mentalidad totalitaria, lo que los
incapacita por completo para el escepticismo, la tolerancia y la ironía,
aunque no para el sarcasmo. A la menor oportunidad te restriegan por la
cara su antifranquismo, como si haber acertado una vez garantizase que
acertarán siempre; a la menor oportunidad te restriegan por la cara sus
ultras y sus istas, como si haberte equivocado una vez no garantizase
que te puedes equivocar siempre. Si de verdad hubieran leído a Ortega,
justificarían su inconsecuencia ideológica apelando a él, que comparaba
con mulas a los hombres consecuentes con sus ideas. “No es uno quien
debe ser consecuente con sus ideas”, decía Ortega, “sino sus ideas
quienes deben ser consecuentes con la realidad”. Por supuesto, Ortega
tenía razón, sólo que olvidó añadir que la inconsecuencia por sí misma
no es ninguna virtud ni asegura ningún acierto, y que un hombre
inconsecuente cuyas ideas siguen sin ser consecuentes con la realidad
deja de ser una mula, pero se convierte en un burro. Cito a Ortega
porque es un liberal y los nuevos reaccionarios suelen declararse
liberales y hasta titulan sus columnas como la de Jiménez Losantos:
“Comentarios liberales”. Para cualquier liberal de verdad, ese título
sólo puede ser un sarcasmo; o un insulto. Como sólo puede ser un
sarcasmo o un insulto que los nuevos reaccionarios saquen a diario en
procesión a Orwell y a Camus, dos tipos de quienes hace 40 años
abominaban porque tuvieron el coraje de denunciar el totalitarismo en
una época totalitaria y que 40 años después abominarían de ellos porque
los verían como una amenaza totalitaria en una época democrática. En
realidad, nada está más lejos de cualquier idea liberal y de progreso
que los nuevos reaccionarios; no lo digo yo, lo dice un verdadero
liberal: “Si hay una actitud opuesta a la mía”, asegura Claudio Magris,
“es aquella que mantenían muchos revolucionarios extremistas que hace 40
años creían que la revolución iba a crear un mundo perfecto, y vieron
que eso no ocurrió y se convirtieron en seres completamente
reaccionarios”.
Son ellos, los nuevos reaccionarios, que desde
hace tiempo están monopolizando con sus gritos y ademanes de histeria el
discurso ideológico de este país (y no sólo de este país). Por lo
demás, no tenemos derecho a quejarnos: la culpa es nuestra. La culpa es,
quiero decir, de una izquierda cuyas ideas son con frecuencia un montón
de vaguedades metidas en un saco de buenos sentimientos y cuyo
horizonte mental ni siquiera se ha despejado del todo de mitos
siniestros como el de Cuba; y la culpa es también de una generación de
treintañeros y cuarentones, la mía, que ni siquiera tuvo tiempo de ser
marxista, que no ha cometido alguno de los errores de sus padres, pero
tampoco ha sido capaz de casi ninguno de sus aciertos, una generación
que ha crecido en democracia y eso la ha vuelto ideológicamente
tolerante y escéptica, pero también pasota y comodona, una generación
que, por decirlo como Foster Wallace, ha abandonado el terreno en manos
de una pandilla de fundamentalistas despiadados. Ahí siguen ellos, y así
nos va a nosotros.
El País Semanal 18/04/2010 (Javier Cercas)